Lao-Tsé

Es después de su muerte que comienza el culto a Confucio. Muchos de los comentarios a que hacíamos referencia en el libro de las mutaciones, se deben a sus discípulos. Pero para poder llegar a una comprensión más íntegra del Libro es necesario hablar un poco de Lao-Tsé.

Rechacemos la astucia. Rechacemos el amor por las ganancias y nunca más no habrá ladrones ni rufianes.

Antiguamente, el hombre perfecto de Tao era tan sútil, tan penetrante y tan profundo en sus pensamientos que difícilmente podría ser comprendido.

Ya que no puede ser entendido, intentaré describirle:

Es cauto, como aquel que cruza un lago en invierno.

Prudente, como aquel que teme a su vecino.

Modesto, como un huésped.

Suave como el hielo cuando se funde.

Sencillo, como la madera que aún no ha sido trabajada.

Vacío, como un valle.

Oscuro como las turbias aguas.

¿Quién puede aclarar la oscuridad, cuando es ella la que se transforma lentamente en luz?

¿Quién puede calmar la turbulencia, cuando ella misma se va calmando poco a poco?

¿Quién puede impulsar aquello que está estancado, cuando es ello lo que progresa poco a poco?

Aquel que sigue estos preceptos, no desea la plenitud.

Y porque no ha llegado a la plenitud, por eso, se renueva.

Lao-Tsé había vivido más o menos en la misma época que Confucio, y es conocido como el autor del libro “Tao Te Jing” o el libro del camino y su virtud. De todas maneras, este libro podría haber sido tan sólo una recopilación de aforismos tomados de diferentes maestros, ya que la vida de Lao-Tsé fue más bien legendaria, si no tal y como nos la explica Sima Quian, un eunuco que vivió en el siglo I. Según él, Lao-Tsé habría nacido el año 570 aC.

Lao-Tsé habia pasado 9 veces 9 años meditando dentro del útero de su madre. Nació, pues, un niñito de 81 años con los cabellos blancos, por eso se le llama Lao, que quiere decir viejo.

Viviría aún 200 años más.

Lao-Tsé sería, en cierta manera, un contrincante, un enemigo intelectual de Confucio. A menudo, se ridiculizaban mutuamente.

Imagen de Lao-Tsé montado en el buey azul
Imagen de Lao-Tsé montado en el buey azul

Cabalgando en un búfalo azul, Lao-Tsé marchó al este. Allá hacía ya mucho tiempo que un oficial de policía le esperaba. Se llamaba Yin-Xi. Yin-Xi estaba desde hacía muchos años en una cabaña cerca del camino y allá “miraba”. Pero… ¿qué miraba? Estaba esperando la llegada de un santo, advertido bien por el paso de una resplandeciente estrella, bien por sus propios estudios de astrología. Lo que esperaba realmente era el paso de Lao-Tsé, cosa que finalmente se produjo. “Mirar” es sinónimo de contemplación.

Lao-Tsé y Yin-Xi marcharon hacia la India, donde fueron alumnos de Buda. Lao-Tsé fue deificado y adorado como un buda, y escribió el Tao.

El Tao no es un tratado filosófico, no aporta más que conclusiones pero no se puede encontrar ninguna desmostración. Su lectura, si se dispone de una traducción seria, invita al lectro a un inacabable cuestionamiento del mundo y le hunde en un misticismo melancólico y poético. Son 81 capítulos cortos que, juntamente con aforismos sutiles, crean una impresión de sueño:

Quien quiera disminuir alguna cosa, previamente la deberá engrandecer.

Aquello que es más suave domina aquello que es más duro.

Se conduce un gran estado de la misma manera que se frié una sartén de pescado.

Es un tratado muy politizado que, interpretándolo a su manera, interesó bastante a los nazis…

Tao es el misterio del misterio. El orden misterioso que reina en el mundo. Es una palabra mágica o religiosa, es el arte de comunicar el Cielo con la Tierra. Si del conjunto de trigramas y hexagramas del I Ching extrajésemos la esnecia, eso sería el Tao.

La diferencia es que el Tao fuerza a la no actuación: ¿para qué actuar si el Tao es inevitable?. El I Ching es justamente lo contrario: da lecciones constructivas e invita a avanzar.

Es preciso considerar el Tao como una ala más del I Ching: el ala de la moderación. Todo aquel que quiera entrar en el I Chingo con excesivo entusiasmo, haría bien en leer antes el Tao, para devolver a su lugar el genio inventivo de los seres humanos. Una historia taoísta nos lo muestra:

Se efectúa una competición en la que dos hombres hacen una apuesta por ver quien dibuja una serpiente más rápidamente y mejor. Uno de los dos va muy rápido y cuando acaba, el otro está todavía a medio dibujo. El que ha ido tan rápido, decide mejorar su dibujo y añade pies a la serpiente.

El compañero dice: “Has perdido. Una serpiente no tiene pies”.

Por Arian Botey
Este apunte forma parte de una serie de artículos sobre el I Ching cuyos originales pueden ser consultados, en lengua catalana, pulsando sobre el enlace.

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