La dinastía de los Shin gobernó desde el 1.027 aC hasta el 222 aC. Al mismo tiempo que este primer Shou-Shin, gobernó el que era conocido como el rey Wen, “el civilizador”. China estaba dividida en varios reinos que luchaban constantemente. El rey Wen suprimió las torturas. En una especie de comunismo voluntarioso consiguió que los campesinos se cediesen entre sí los campos de los que eran propietarios. En los matrimonios, la esposa principal favorecía la unión del marido con otras esposas para poder tener muchos hijos, hasta 100. Shou-Shin no veía con buenos ojos todo esto que hacía su coetáneo Wen, y le atemorizaban los 100 hijos que ya había conseguido. El año 1.143 aC lo hizo apresar. Aquel día ocurrieron diferentes prodigios: una montaña se hundió, una mujer se convirtió en hombre, aparecieron dos Soles…
Pero el rey Wen permaneció encarcelado. Para poder sobrevivir, además de practicar yoga, dibujó en las paredes de su celda los ocho trigramas, que más tarde amplió a los 64 del I Ching actual. Les dio un nombre y un significado, extraído de los trigramas originales.
Dieciocho años pasarán hasta que los hijos del rey Wen se rebelen contra Shou-Sin y le derroten. El tirano se suicida, colectivamente con sus concuinas y esposas. El rey Wen es liberado, enfermo y delicado, pero sonriente.
Los hijos le quieren mostrar las maravillas del mundo, pero el rey Wen les corta y les muestra las paredes de su celda con los 64 signos…
Me gusta imaginar al rey Wen prissionero en Yu-li, mirando las 64 figuras. Cada hexagrama tiene su sentido místico, brilla con una profunda significación. Wen les hace decir la calidad de diferentes objetos de la Naturaleza, o los principios de la sociedad humana, o la condición actual o posible de su reino. Denomina cada hexagrama con un término descriptivo de la idea con la cual había conectado su espíritu. Seguidamente, desarrolla esta idea con una nota de exhorto o advertencia. Es una magnífica primera tentativa de limitar las locuras de la adivinación con los lazos de la razón…
El primer libro había sido una tortuga, el segundo las paredes de un calabozo.
Wen hizo rey a su hijo para poder dedicarse al estudio de los signos. Cuando murió, un dragón de siete colores se lo llevó al Sol. Después del reinado del hijo del rey Wen, reinó Tan, su hermano pequeño, más conocido como el “duque de Txou” que fue quien completó la obra de Fu-Shi y del rey Wen.
De la misma manera que los historiadores atribuían historias sórdidas a Shou-Shin, también al rey Wen se le atribuían algunas que podrían parecer macabras. Por ejemplo, para agradar a un rival suyo, hizo servir una sopa hecha con el cuerpo de uno de sus hijos (¡tenía 100 de ellos!). Todo eso, los sacrificios rituales, etc, forman un telón de fondo que nos permite imaginar como iban las cosas por aquel tiempo.
La innovación que el duque de Txou incorporó a los 64 hexagramas fue que imaginó que cada línea contínua podía “mutar” a una linea cortada y viceversa. De esta manera, a cada hexagrama le encontró 8 explicaciones más. Cuando murió, el libro estaba acabado en forma de 64 hojas, en cada una de las cuales había un hexagrama explicado.
Una jarra con ángulos no tiene nada en común con una verdadera jarra rectangular.
¡Qué desgracia para esta jarra!
Imaginemos que gobierno un país pequeño, con pocos habitantes.
Mis súbditos tendrían embarcaciones que no tendrían que utilizar, les enseñaría a no tener miedo de la muerte, y no tendrían que alejarse…
Por muchos carruajes que existiesen, no haría falta viajar en ellos.
Aunque tuviesen armas y corazas, no las mostrarían a nadie.
Encontrarían bueno su alimento, ricos sus vestidos, cómodas sus casas, felicidad en sus costumbres.
Aunque los reinos vecinos estuviesen tan cerca que pudiéseis oir a los perros ladrar y el canto de los gallos,
los hombres de este pequeño país no desearían nunca abandonarlo.
Por Arian Botey
Este apunte forma parte de una serie de artículos sobre el I Ching cuyos originales pueden ser consultados, en lengua catalana, pulsando sobre el enlace.